El Rector Mayor de los salesianos hace un balance de la JMJ de Río de Janeiro y de las ideas fundamentales expresadas por el Papa Francisco.
Rio de Janeiro, Brasil
29 Julio 2013
Queridísimos hermanos:
Os escribo al día siguiente de la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud que se ha desarrollado en Rio de Janeiro.
He tenido la
gracia y el privilegio de participar en ella, junto a otros miembros del
Consejo General, don Adriano Bregolin, don Fabio Attard, don Natale Vitali, don
Esteban Ortiz y don Maria Arokiam Kanaga.
Me he
sentido muy contento al ver a numerosos hermanos, inspectores, vicarios
inspectoriales, delegados de pastoral juvenil, jóvenes en formación,
acompañando a las diferentes delegaciones de los cinco continentes.
Aunque las
distancias geográficas y la crisis económica han condicionado notablemente la
participación de otros muchos salesianos y jóvenes que habrían querido venir,
nos hemos encontrado con más de 7000 jóvenes del MJS de las obras de los
Salesianos, de las Hijas de María Auxiliadora, de las Hijas del Divino Salvador
y de las Hermanas de la Caridad de Jesús.
Creo poder
hacerme portavoz de todos los participantes expresando la gran alegría y el
entusiasmo con los que hemos vivido estos días alrededor de la figura
carismática del Papa Francisco. Con sus gestos, sus actitudes y sus
intervenciones ha iluminado la mente, ha puesto fuego en el corazón y ha
robustecido la voluntad de todos para ser de verdad “discípulos y misioneros de
Cristo”, enviados al mundo, sin miedo, para servirlo y transformarlo.
De modo
particular he valorado el conjunto de los tres componentes - gestos, actitudes
y pensamiento – que forman una unidad y nos ayudan a comprender mejor la figura
del Papa Francisco. Todo ello explica su fuerza moral, su libertad para actuar
y hablar, su profetismo. Solo así se puede dar el valor justo a todo lo que
hace y dice en el ejercicio de su ministerio petrino. Solo así se acoge la
visión de la Iglesia que el Papa tiene y que se siente llamado a promover. Solo
así se puede ver mejor su forma de gobierno: partir de la realidad - a la que
es muy sensible- para impulsar procesos de cambio, buscando la unidad más que
la exasperación de los dinamismos sociales, a través de una cultura del diálogo
y a través de un respeto a la diversidad, bien consciente del papel
insustituible de la Iglesia y su colaboración en la reconciliación de este
mundo fracturado.
Se trata de
una Iglesia libre de la mundanidad espiritual, de la tentación de congelarse en
su cuadro institucional, de la tendencia al aburguesamiento, de la cerrazón
sobre sí misma, del clericalismo. Una Iglesia que sea verdaderamente el cuerpo
del Verbo hecho carne y, como El, encarnada en este mundo, resplandeciente en
los más pobres y sufrientes. Su servicio es ofrecer a Cristo y los valores del
Evangelio para la necesaria transformación de la sociedad. Una Iglesia que no
puede reducirse a ser una pequeña capilla, sino que es – sobre todo – una casa
para toda la humanidad. En su corazón está el deseo de una Iglesia connotada
por la apertura y la acogida de todos, por la diversidad de las culturas, de
las razas, de las tradiciones, de las confesiones religiosas. Tal apertura y
tal acogida son posible a través de una cultura del diálogo y del encuentro que
haga posible la unidad en el respeto de la diversidad. Una Iglesia que sale por
las calles para evangelizar y servir, alcanzando las periferias geográficas,
culturales y existenciales. Una Iglesia pobre que privilegia a los pobres
convirtiéndose en su voz y dándoles la voz para superar la indiferencia egoísta
de quien tiene más y la violencia desesperada de quien se siente cada vez más
explotado y defraudado. Una Iglesia que presta una justa atención y la
relevancia debida a las mujeres, sin las cuales, ella misma corre el riesgo de
la esterilidad.
De los casi
veinte discursos pronunciados, los más importantes y programáticos han sido –
desde mi punto de vista – los dirigidos a la Conferencia Episcopal Brasileña y
a los dirigentes sociales; además, naturalmente, de los mensajes dirigidos a
los verdaderos protagonistas de las JMJ, los jóvenes.
Dirigiéndose
a los Obispos brasileños, el Papa Francisco ha comenzado su intervención
presentando el documento de Aparecida como clave de lectura para la misión de
la Iglesia. Esa, de hecho, no tiene la potencia de los trasatlánticos porque es
una simple barca de pescadores. Dios se manifiesta en ella a través de medios
pobres y el éxito pastoral no se sustenta sobre la eficiencia humana, sino
sobre la creatividad de Dios. La Iglesia está llamada a transformarse, vez por
vez, recordando que el misterio penetra en la gente a través del corazón y no
podemos reducirlo a una explicación racional. El Santo Padre ha presentado a
los Obispos el icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro
haciendo una innovadora interpretación eclesiológica y no cristológica. Ha
querido hacernos comprender que el abandono de la Iglesia es debido al hecho de
haber quedado reducida a una reliquia del pasado, incapaz de dar respuesta a
los problemas y a los desafíos del hombre de hoy. La Iglesia no puede escapar
de la noche que está viviendo a causa de la huida de creyentes a los que se les
había prometido algo más alto, más fuerte, más resolutivo y veloz.
Desgraciadamente, la Iglesia parece haber olvidado que no hay nada más alto que
Jerusalén, más fuerte de la debilidad de la cruz, más convincente que la
bondad, que el amor, que la belleza, más rápido que el ritmo de los peregrinos
cuyo paso debe coger la Iglesia para reencontrar el tiempo de “estar con” los
que acompaña, cultivando la paciencia, la capacidad de la escucha y la
comprensión de situaciones tan diversas. En fin, el Papa ha puesto de relieve
las grandes prioridades que el episcopado brasileño debe tener en cuenta
.
Dirigiéndose
a los responsables de la política y de la cultura ha querido hacerlos
conscientes de la hora histórica que estamos viviendo, de su responsabilidad en
la solución de los conflictos, de la urgencia de redimir la política. Ha
subrayado varias veces la importancia de promover la cultura del encuentro para
vencer la dolorosa exclusión de los ancianos, a través de una sufriente
eutanasia cultural que los sitúa en la imposibilidad de poder enriquecer la
sociedad con su sabiduría, con sus valores. Una cultura del encuentro que
debería eliminar el descarte social de los jóvenes, a los que les es negada,
demasiadas veces, la posibilidad del trabajo y del futuro.
En sus
mensajes a los jóvenes, la invitación ha sido a invertir las propias
energías, su misma vida, por causas positivas por las que vale la pena
gastarla. De modo particular, les ha insistido en que Cristo es la gran causa
que vale toda una vida. Les ha exhortado a que no tengan miedo de hacer
opciones valientes. Sirviéndose de metáforas les ha dicho que pueden ser el
campo de Dios en el que crece, germina y fructifica la buena semilla; les ha
invitado a entrenarse con el equipo de Dios y a ser atletas de Cristo; le ha
invitado a trabajar en el campo de la transformación para renovar la Iglesia y
ser agentes de cambio en la sociedad y en el mundo. Les ha pedido, finalmente,
que como Cristo y junto a Cristo, vayan sin miedo a servir al mundo y lo
enriquezcan con el don del Señor y del Evangelio, comenzando siempre por el servicio
a los propios amigos y compañeros, a todos los jóvenes con los que puedan
contactar.
En
definitiva, en Rio de Janeiro, el Papa Francisco ha hecho salir a la Iglesia a
la calle, la ha llevado a las periferias, ha hecho escuchar su voz de Madre, le
ha devuelto dinamismo y, así, con sus gestos y actitudes, nos ha enseñado qué
Iglesia quiere y qué relación debe tener con el mundo.
Obviamente,
he vivido este espléndido acontecimiento eclesial con mis hermanos y hermanas,
con los jóvenes, como salesiano, como Rector Mayor, intentando comprender mejor
este nuevo momento eclesial que hemos de acoger, traducir y vivir en nuestra
Congregación Salesiana.
Y sin
demasiadas pretensiones, tengo que decir que el camino que estamos haciendo en
preparación al bicentenario del nacimiento de nuestro querido Padre y Fundador
Don Bosco y, de modo particular, el mismo CG 27 con su relevante tema
“Testimonios de radicalidad evangélica”, se encuentran en perfecta sintonía con
esta llamada a Cristo, a su Evangelio, a la sencillez, a la pobreza y a la
humildad.
Con esta
carta, os invito a todos vosotros, salesianos y jóvenes, a retomar todas las
intervenciones del Santo Padre para asumir y llevar a la vida sus orientaciones
espirituales y pastorales como tarea prioritaria, no solo de la pastoral
juvenil, sino como parte del camino hacia el bicentenario.
Mientras que
seguimos rezando por el Papa Francisco, como él mismo insistentemente y por
todas partes pide, confiamos a María Inmaculada Auxiliadora la Iglesia y
nuestra querida Congregación, para que pueda estar a la altura de cuanto el
Señor y los jóvenes esperan de nosotros.
Con afecto,
en Don Bosco
Don Pascual
Chávez V., sdb
Rector Mayor
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